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Con mirada de niño y niña

Actualizado: 19 may 2021

Observación y Documentación para el Aprendizaje




“Quédate a un lado por un tiempo y deja espacio para aprender y observar cuidadosamente lo que los niños hacen, y después, si lo has entendido bien, tal vez enseñar sea diferente”.

Loris Malaguzzi



por Javiera Libertad


¿Te has preguntado qué pasa por la mente de una niña cuando escucha un cuento por primera vez?, o ¿cada vez que lo vuelve a pedir?, ¿qué está sintiendo un niño cuando decide rechazar la invitación para jugar con una compañera?, y ¿por qué vuelve una y otra vez a un mismo juguete o espacio?


Frecuentemente cuando nos preguntan por los intereses de un grupo de niños y niñas, recordamos lugares comunes como las figuras de su mochila, de su ropa, o la elección de disfraz de alguna ocasión, pero olvidamos el interés espontáneo, aquello que despertó su curiosidad ese día por la mañana, en la conversación del medio día o las preguntas que se hicieron durante el almuerzo. ¿Por qué?, porque la fragilidad de nuestra memoria junto con el sinfín de actividades que realizamos a diario, nos dificulta recordar con claridad aquel momento en el cual Agustina se quedó mirando asombrada la fila de hormigas del patio o el momento preciso en el cual Julián giró la cabeza en el mudador asombrado por la aparición de una nueva voz. Muchas veces producto del vaivén de la jornada, olvidamos que Pedro nos preguntó por qué los pingüinos podían nadar si eran pájaros o porqué las ballenas no pueden respirar bajo el agua.


¿Y si pudiéramos recordarlo?, ¿si pudiéramos evocar esa pregunta, aquella sonrisa al tacto y esa inquieta mirada?


Para quienes nos desempeñamos como educadoras en los primeros años de vida, observar al niño y niña debiera ocupar gran parte de nuestro tiempo y energía. Más allá del ojo que supervisa o monitorea que todo vaya bien durante la jornada, “que los niños no peleen” o que no hayan “accidentes en el patio”, el desafío real consiste en observar respetuosa y cuidadosamente aquello que el niño y niña hace, toca, prueba, observa y manifiesta, aquello que le provoca una sonrisa o hace fruncir su ceño, eso que lo mantiene por segundos y hasta minutos en contemplación, el llanto que cesa con una canción, la pregunta y respuesta de la duda compartida entre dos niñas durante el recreo, o el juego innato y dinámico.


Entendemos que el aprendizaje de niños y niñas es un proceso de descubrimiento y apropiación del entorno, que les permite avanzar hacia la comprensión de aquello que los rodea, les entrega herramientas para la expresión de lo que sienten y creen, y los ayuda a enfrentar las dudas constantes sobre cómo funciona el mundo y las personas que lo habitamos. La documentación diversa y frecuente de aquellas acciones o expresiones que se vinculan al aprendizaje, como la interacción de niños y niñas, o su sinfín de preguntas, nos permite constituir aquella memoria y ponerla a la base de un proceso de enseñanza/aprendizaje, enriquecido y pertinente, en el cual el adulto acompaña y registra el viaje de la infancia hacia el conocimiento y apropiación del mundo. Permite a su vez, dar el salto desde la importancia del producto a la relevancia del proceso y a su vez abre la inmensa posibilidad de que no todos lleguen a un mismo lugar. La documentación de este viaje, me permitirá reconocer un proceso distinto, pero igual de significativo, de cada niño y niña, en el que tomaron decisiones, probaron ideas, compartieron apreciaciones y tal vez incluso dieron un giro al rumbo de su propio proceso.


Entonces, ¿qué es lo que nos detiene?, ¿por qué se hace tan difícil implementar la documentación y el registro cómo un hábito en nuestra práctica cotidiana? No tengo la respuesta final, pero desde mi experiencia, lo primero, antes de implementar cualquier nueva estrategia, es tener la certeza que esta será una tarea conjunta, y si como comunidad le damos valor a la documentación del aprendizaje, es más factible destinar los espacios, tiempos y recursos necesarios para asegurar esta práctica. Por lo tanto, si realmente nos hace sentido enfocar nuestra mirada en quienes protagonizan el proceso de aprendizaje, es indispensable generar alianzas con el resto de las educadoras, ya que al igual que los niños y niñas aprenden en la interacción con otros, como educadoras podremos consolidar y transferir a nuestra práctica el hábito de documentar y registrar, si en ese proceso involucramos otras miradas y apoyos.


La construcción colectiva de esta bitácora de viaje, permitirá a niños y niñas descubrir su propio proceso, valorar el camino recorrido, recoger nuevos aprendizajes y atesorar lo vivido. La invitación es entonces a volver nuestra atención a la mirada del niño y de la niña, esa mirada profunda sobre el mundo cotidiano que vuelve a ser descubierto por sus pupilas vibrantes, esas de quien lo observa e interpreta todo por primera vez.



 

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